Podemos ¿qué?

He percibido “el pequeño terremoto” de “Podemos” en mi realidad más inmediata como un fenómeno un tanto alucinatorio. ¿Un tertuliano?

El día de las elecciones voté –como muchos- no para hacer emanar la fracción de la voluntad del “pueblo” que me corresponde vertiendo mi libre albedrío, como en un sacrificio, al tótem de un partido, sino por si ganaban unos que fueran menos malvados y dieran freno a la “Revolución Neoliberal”, que creo que es una tendencia económica y no una fuerza de la naturaleza como dicen que es el Cambio Climático, cosa en la que, dicho sea de paso, tampoco creo y no por ello soy mala persona, os lo juro. Por ello no.

Desprecio la farsa política heredada del franquismo tutelado por el poder económico y me entran ganas de morder los camales de los teóricos, sean becados o no, que hablan de “comunidad” «obrero» o “pueblo” dándoselas de élite planificadora. Los periódicos apestan tanto que no sirven ni para envolver mierda y no creo que en la “democracia” actual se legitime nada por las urnas: un sistema donde el único poder del ciudadano es delegar su poder en otros no es una democracia. Creo que la crisis está instituída por el poder económico para macerar la indefensión y cocinar el malestar y no para activar las conciencias dormidas del «pueblo» sino para un nuevo plato del chef en el que los ingrendientes somos nosotros. Desprecio incluso más el pensamiento catastrófilo de los que piensan que el sistema ha de ser asolado por una plaga para que luego crezca de nuevo la humanidad primigenia con la que fantasean hasta el punto de que se alegran de divisar a los titantes por que sueñan con que les allanaran el terreno a su nueva sociedad.

En fin, me muevo intentando no pisarme a mí mismo, que no es poco. Y en esas entro en el colegio electoral apestando a toda esa mística de “libertad, sin ira libertad” que tiene algo de recuerdo infantil, cojo mi voto pensando en lo que he escrito antes y me encuentro en otro montón unas papeletas con la faz de Pablo Iglesias, líder indiscutible del movimiento sin líder. ¿Tiene gracia? Una nueva vuelta de tuerca, la ideología ya no necesita vestirse con ideas, sólo deja la imagen de una marca. Dentro de unos años sólo habrá que arrastrar su foto en una pantalla hasta un icono de un pulgar hacia arriba.

Me esfuerzo de verdad en creer en la buena voluntad de esa cosa llamada «Podemos» y me gustaría que al menos este fin del bipartidismo sirviera para algo mejor de lo que hay y que menos gente lo pasara mal. Daba por hecho sin pensarlo demasiado que era un plagio “yes we can” de Obama, solo que con menos medios. Pero llama la atención, incluso parece una broma  de los poderes fácticos, que un tertuliano desde un canal de TV propiedad de Berlusconi abandere el descontento «antipolítico» en España mientras que un humorista haga lo propio en Italia. Si «Podemos» será una herramienta contra el proyecto neoliberal que utiliza sus empresas mediáticas contra los intereses de éstas o sirve de vacuna que sesinfle una reacción de la izquierda antes de que nazca es algo que veremos en el futuro. Depende de sus decisiones políticas. Pero que estén aupados a hombros de las empresas mediáticas de Berlusconi es cuanto menos peligroso y apesta.

Pero el motivo de este texto es un artículo que Iñigo Errejón, doctor en Ciencia Política y responsable de la campaña electoral de “Podemos” ha escrito para Le Monde Diplomatique. Se llama ¿Qué es Podemos? y esboza el pensamiento estratégico de la campaña de su partido. Lo que viene es una crítica a su visión de la política. Copio el artículo, reseñando después lo que me parece destacable para mi crítica.

Después cuestiono su legitimidad teórica: si “Podemos” es lo que creo que su líder de campaña dice que es, tenemos un nuevo problema en el paisaje político.

¿Qué es Podemos?

 

En España, el descontento, en aumento con las medidas de ajuste y con el secuestro de la soberanía popular por los poderes oligárquicos, había dado lugar a un ciclo de protestas y de creación de espacios de cooperación social, aunque sin producir efectos en el sistema político y sus equilibrios internos. El bloque de poder dominante ha sido capaz hasta ahora, pese a sus dificultades y a su crisis de hegemonía, de conducir el proyecto de ajuste (que no debe confundirse sólo con sus medidas económicas sino también con un horizonte político: modificar el Estado en un sentido de estrechamiento oligárquico y también de una gobernabilidad postpolítica que reduzca lo discutible al interior del sistema) y recortando la capacidad contractual de los subalternos a su interior, avanzando a la ofensiva sobre el pacto social de 1978. La solidez de los aparatos del Estado y administrativos ha asegurado que ninguna “irrupción catastrófica” de protestas haya podido –más allá de loables éxitos locales– cortocircuitar las políticas de empobrecimiento y revertir el proyecto del saqueo del país y sus gentes. Así, los comicios del 25 de mayo ocurrían en un momento de reflujo de la movilización social. Entre gran parte de la izquierda hacían mella las hipótesis más pesimistas, a pesar de la rapidez de la pérdida de credibilidad de las elites políticas y las principales instituciones del sistema político. Junto a la crisis social y de legitimidad, el otro rasgo crucial del momento es el de la expansión de un descontento inorgánico, transversal y que no se expresa en los códigos de las identidades políticas tradicionales, en medio de una sociedad civil en general desorganizada, de una ruptura de los lazos comunitarios y de varias décadas de retroceso de los valores de cooperación social. Un ánimo destituyente, así, difuso y fragmentado.

Cuando este párrafo habla de un contexto de “expansión de un descontento” “inorgánico” y “transversal”, en una “sociedad civil en general desorganizada, de una ruptura de los lazos comunitarios” “con un ánimo destituyente, así, difuso y fragmentado” viene a decir que el “rasgo crucial del momento” es que existe un descontento borroso en una sociedad descompuesta animada de una forma difusa a destituir un poder ilegítimo.

En este contexto, las elecciones europeas estuvieron presididas por una lógica doméstica y así deben leerse sus resultados: predominaron los temas de política española y el voto se expresó en clave estatal. El primer y más importante dato es el descalabro de los dos partidos dinásticos: el Partido Popular (PP) ganó las elecciones pese a perder 2,6 millones de votos, mientras que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) perdía 2,5 millones de votos, siendo su crisis un elemento central, si no el fundamental, de la crisis del régimen de 1978. Los dos principales partidos se dejaron 30 puntos de apoyo popular y pasaron de sumar el 81% en las elecciones europeas de 2009 al 49% en estas. Por primera vez, los partidos del turno, juntos, no alcanzaban ni la mitad de los electores. El juego de vasos comunicantes que oxigenaba el sistema político protegiendo los consensos centrales se colapsó y el desgaste de uno no lo capitalizó el otro. Esto es un hito histórico que reconfigura el escenario político. En Catalunya ganaba las elecciones Esquerra Republicana (ERC), con un voto anticipado proindependencia, y el abanico del sistema de partidos se abría notablemente: Izquierda Unida (IU), en coalición con otras formaciones, alcanzaba el 10% del voto y 6 diputados.

La noticia, sin duda, fue la irrupción de ‘Podemos’, una formación creada tan sólo cuatro meses atrás con el objetivo de “convertir a la mayoría social golpeada en una nueva mayoría para el cambio político”, que obtuvo 1.250.000 votos, el 8% del total, colocándose como cuarta fuerza del país (tercera en algunas regiones como Madrid con el 11%, o Asturias con el 13,67%). Sus votos parecen haber venido de sectores muy diversos: abstencionistas, votantes tradicionales del PSOE y de otras formaciones, algunas difícilmente imaginables para una rígida aritmética ideológica. Sociológicamente, desafiando de nuevo las etiquetas, es un voto maduro (el 45% entre 35 y 50 años), urbano y de las periferias urbanas golpeadas por los recortes, considerablemente educado y que se autopercibe lejos del estigma de “extrema izquierda” que los medios conservadores han querido acuñar (3,7 en una escala de 0 a 10). Un voto considerablemente diverso y que atraviesa relativamente las identificaciones y lealtades tradicionales. Además de la dimensión cuantitativa, la irrupción de ‘Podemos’ se refleja en impactos cualitativos: la atención mediática despertada, los feroces ataques por parte de las fuerzas más conservadoras y de sus creadores de opinión, o la instalación de nuevos términos en el vocabulario político del momento hablan de una emergencia cultural al menos tan relevante como la electoral. En su conjunto, el “pequeño terremoto” del fenómeno ‘Podemos’ ha contribuido a rasgar el monopolio simbólico de la representación política por parte de los dos principales partidos (PSOE y PP) y, así, abre la puerta a posibilidades inéditas.

‘Podemos’ nació como propuesta de herramienta para la “unidad popular y ciudadana”, esto es: la articulación del descontento flotante para una activación popular que recuperase la soberanía y la democracia, secuestradas por la “casta” oligárquica. La campaña electoral mereció comentarios displicentes y duras críticas de algunos sectores de la izquierda y de toda la derecha que, en lo fundamental, coincidían en una visión estática del tablero político según la cual, en el mejor de los casos, ‘Podemos’ obtendría un escaño a costa de Izquierda Unida. Una pequeña disputa de votos en el margen izquierdo del tablero. El correr de la campaña dibujó una progresión de la que finalmente se hicieron eco las encuestas y medios de comunicación. Para el día de las elecciones, la flecha seguía subiendo y en el momento de escribir esto el resultado sería probablemente muy superior al ya sorprendente obtenido.

‘Podemos’ es una iniciativa muy joven pero arraigada en una hipótesis intelectual y política largamente fraguada en ámbitos del activismo y de la universidad, particularmente de la Complutense de Madrid: que España atraviesa una crisis de régimen que es, en primer lugar, una fractura de los consensos y una desarticulación de las identidades tradicionales, y que existen condiciones para que un discurso populista de izquierdas, que no se ubique en el reparto simbólico de posiciones del régimen sino que busque crear otra dicotomía, articule una voluntad política nueva con posibilidad de ser mayoritaria. La iniciativa nunca habría sido posible sin el clima impugnatorio de las elites generado por el ciclo de movilización social iniciado el 15 de mayo de 2011, y los cambios en la cultura política que introdujo. Pero nada en este ciclo conducía a una necesaria “expresión” electoral. En diferentes países de la Unión Europea, el descontento con las elites ha generado abstención, mera alternancia o voto a la extrema derecha. Lo que permite comprobar, de nuevo, que en política no hay “espacios”, hay sentidos que se producen y disputan.

En “tan solo cuatro meses” se ha creado “Podemos” para “convertir a la mayoría social golpeada en una nueva mayoría para el cambio político”, ha acaparado la atención mediática y cambiado los términos del vocabulario político rasgando “el monopolio simbólico de la representación politica” preexistente para un discurso populista de izquierdas. Se trata no de luchar por un espacio político preexistente, sino crear y disputar un sentido.

Esta hipótesis descansa sobre tres columnas. La primera es una lectura particular del movimiento 15M o de “los indignados” según la cual esta irrupción plebeya no habría tenido efecto en los equilibrios electorales pero sí habría modificado aspectos centrales del sentido común de época, esbozando o posibilitando una nueva frontera política que postulaba simbólicamente un pueblo no representado por las elites, que excedía las metáforas izquierda y derecha.

Viene a decir que movimientos como el 15M o los indignados modificaron el sentido común de la época, generando “un pueblo no representado por las élites que excedía las metáforas de izquierda y derecha”

La segunda es el desarrollo de una práctica teórico-comunicativa que combinaba el análisis del discurso con la creación de programas de televisión propios en cadenas comunitarias. Esta experiencia supuso un aprendizaje de la tarea de traducción de diagnósticos complejos en narrativas y marcos discursivos directos, que se refleja en los programas “La Tuerka” y “Fort Apache” y en la elevada visibilidad mediática de Pablo Iglesias, cabeza de lista de ‘Podemos’ en las pasadas elecciones, en las principales tertulias políticas televisadas del país. Una visibilidad que se convirtió en la más poderosa herramienta comunicativa y en catalizador simbólico de la articulación popular de la campaña. Ese trabajo, a veces despreciado por parte de la izquierda como de “simplificación”, fraguó un estilo discursivo crucial en una campaña con mucho peso de las emociones y lo simbólico, y en la decisión central de resignificar los principales significantes flotantes del momento, enmarcando la pugna en terrenos favorables y no donde el adversario pretende o las inercias ideológicas nos llevan. Sobrevolando esta práctica está la convicción teórica de que la política es la disputa por construir sentidos compartidos, que no se “derivan” necesariamente de ninguna condición social. La política, así, no es sólo escuchar, también es decir y crear. Atreverse a asumir riesgos y probar si la práctica valida las apuestas.

Combinando el análisis del discurso con la creación de programas de TV, ha generado un estilo discursivo –dando mucho peso a las emociones y utilizando como catalizador simbólico para la articulación popular de la campaña la figura mediática de Pablo Iglesias- para “resignificar” los “significados flotantes del momento” enmarcando la disputa en un “terreno favorable” para crear “sentidos compartidos”

La tercera, un estudio prolongado y un aprendizaje sobre el terreno de los procesos latinoamericanos recientes de ruptura popular (y constituyente), conformación de nuevas mayorías nacional-populares para el cambio político, acceso al gobierno y guerra de posiciones en el Estado. Procesos en los que intervenciones virtuosas, en momentos de descomposición del orden tradicional, abrían posibilidades inéditas, casi siempre para estupor y malestar de la izquierda. Algunos de los impulsores de la iniciativa hemos reconocido que, sin aquel aprendizaje, ‘Podemos’ no habría sido posible.

Habiendo estudiado la “conformación de nuevas mayorías nacional-plurales” en Latinoamérica en los que “intervenciones virtuosas en momentos de descomposición del orden tradicional abrían posibilidades inéditas”

Con estos mimbres, se lanzó una hipótesis extremadamente arriesgada, que partía de la premisa de que para conectar con una parte amplia del descontento popular y ofrecer una articulación discursiva exitosa, había que desafiar gran parte de los tabúes de la izquierda clásica, de los que citamos sólo los tres más importantes. Se desafió la rigidez del mecanicismo de “lo social”, que sería un ámbito separado y anterior a la política, en el que habría que acumular fuerzas que después se traducían electoralmente. La iniciativa nació desde “arriba” y, frente al fatalista “no hay atajos” del “movimientismo” y la extrema izquierda, defendió que lo electoral es también un momento de articulación y construcción de identidades políticas.

Se hipotetizó que “para conectar con una parte amplia del descontento popular y ofrecer una articulación discursiva exitosa” había que negar lo social como algo necesariamente previo a la política, pudiendo articular y construir la identidad política “desde arriba” sin necesidad de acumular fuerzas que se tradujeran después electoralmente.

Se desafió también el tabú del liderazgo, supuestamente reñido con la democracia según las concepciones liberales y de algunas izquierdas. En la iniciativa ‘Podemos’, el uso del liderazgo mediático de Pablo Iglesias fue una condición sine qua non y un precipitador de un proceso de ilusión y agregación popular, en un contexto de desarticulación del campo popular.

La decisión, inédita en España, de poner su cara en la papeleta para utilizar el signo comunicativo más conocido, fue tan criticada por el purismo como decisiva en unos comicios en los que gran parte de los electores decidieron su voto el último día. Este uso estratégico del liderazgo no ha sido obstáculo, ni siquiera un complemento, sino componente central de la operación política.

En el contexto de desarticulación del campo popular, el liderazgo mediático de Pablo Iglesias fue un componente central de la “operación política” para precipitar un proceso de ilusión y agregación a “Podemos”. Su cara en la papeleta fue decisiva en unas elecciones donde una gran parte de los electores decidieron su voto en el último día.

Se ignoró, por último, el propio tabú sobre los nombres. La campaña de ‘Podemos’ asumió que, en política, los significantes viven luchas en su interior por cargarse de uno u otro sentido, y que su elección depende del conjunto de posiciones que se agrupan tras ellos. Esta visión constructivista del discurso político permitió interpelaciones transversales a una mayoría social descontenta, que fueron más allá del eje izquierda-derecha, sobre el cual el relato del régimen reparte las posiciones y asegura la estabilidad, para proponer la dicotomía “democracia/oligarquía” o “ciudadanía/casta” o incluso “nuevo/viejo”: una frontera distinta que aspira a aislar a las elites y a generar una identificación nueva frente a ellas. Este uso “laico” y no religioso de los términos políticos permitió a la campaña producir un relato amplio con un pie en el sentido común de época y otro en sus posibilidades emancipadoras. Lenin decía que la política es “caminar entre precipicios” y ‘Podemos’ hizo una campaña decidida a moverse en el equilibrio siempre inestable entre la marginalidad impotente y la plena integración, atravesando los grandes consensos y asumiendo los riesgos de la política hegemónica, siempre impura, no para ubicarse en el margen izquierdo del tablero de ajedrez sino para reordenarlo. Las rupturas acostumbran a hacerse desde una producción distinta de sentido, siempre herética y a contrapelo de los manuales y las certezas.

En la campaña se consiguió identificar a “Podemos” con la democracia proponiendo en su discurso una dicotomía cuyo opuesto sería la oligarquía. Así, identificándose con la ciudadanía contra la casta o lo nuevo frente a lo viejo cargó con un sentido favorable los significantes de su discurso en una lucha de posiciones que logró interpelar transversalmente a una mayoría social descontenta, maleando los términos políticos más allá de sus dogmas para producir un relato que pareciera a muchos realista y emancipador.

Los resultados del 25 de mayo han precipitado un escenario de descomposición del sistema político de 1978. El régimen salido de la transición no está quebrado pero tiene importantes grietas y sus elites intelectuales y políticas aparecen en repliegue y a la defensiva, visiblemente nerviosas, como han demostrado las prisas en organizar la sucesión monárquica. La irrupción de ‘Podemos’ mostró una posible vía de impugnación del orden existente, pero abre tantas esperanzas como interrogantes, dificultades y responsabilidades, en medio de un tiempo político acelerado en el que no faltará el hostigamiento de los poderes fácticos. La conservación de lo existente no parece una opción. De la audacia y la rapidez de los actores que están por el cambio y la ruptura democrática dependerá que el nuevo ciclo político que parece abrirse no sea el de una restauración oligárquica sino el de una apertura constituyente que construya, partiendo de muchos lugares, una voluntad popular alternativa. Y la haga el centro de un nuevo proyecto de país.

En un escenario de descomposición del sistema político se ha de actuar de forma rápida y audaz para construir una voluntad popular alternativa.

Fin del artículo.

.

Recapitulando

 

Leído esto se hace evidente que no estamos en un movimiento de abajo hacia arriba, sino todo lo contrario. El autor parece que considera fatalismo pensar que es necesario un cambio social para que éste provoque un cambio en la política y piensa que ese cambio social se puede hacer de arriba a abajo modulando la voluntad difusa de los descontentos con la ayuda de los medios de comunicación de Berlusconi desde su base secreta y la de sus compañeros de clase. Han nacido los “Complutense Boys”: estamos ante unos empollones universitarios empapados de postmodernismo que se erigen como, en el mejor de los casos, demiurgos paternalistas de un nuevo populismo. Y claro, no sólo consideran con sus dicotomías cosa de antes –de antes de ellos- la izquierda, también creen que es hora de abandonar el antiguo “tabú del liderazgo”. ¿A qué suena esto? ¿Estamos maduros para nuestro nuevo líder? ¿O todavía tenemos prejuicios fruto de errores del pasado?

Y lo peor no es eso, lo del caudillo tertuliano es cutre, pero podía ser peor, lo peor es que la estrategia de “Podemos” dice el artículo que se ha planificado siguiendo una posición constructivista del sistema político. Posición la constructivista que afirma que nuestros conocimientos no están basados en el mundo, y que nuestra realidad es resultado de construcciones “de un observador imposibilitado de contactar directamente con su entorno”

Partiendo de esa premisa ideológica -que sustituye la realidad por mera percepción mediatizada-, la campaña de “Podemos” se ha centrado en manipular los significados y la emoción percibidos por la gente para que el mayor número posible vote por su partido, presentándose en este artículo a sí mismos como arquitectos de la construcción, desde arriba, de una nueva sociedad constituida hilando un difuso descontento en la trama de una voluntad popular a la que han articulado para que se identifique con un líder, manifestación encarnada de esa voluntad. Esa es su horizontalidad.

Este artículo revindica sin pudor la manipulación de los “significantes”, erigiendo a la propaganda como mismísima sustituta de la realidad, como herramienta constructora de la sociedad del futuro. Dice tal cual que una gran parte de sus votantes se decidió en el último momento gracias a la foto de su líder, cuya cara, como un signo, señalaba la papeleta para que los manipulados y primitivos votantes la pudieran escoger antes que a otra cualquiera.

Por cierto, mi madre no votó a “Podemos” y votó al de siempre. Luego, viendo la tele cuando hablaban del huracán “Podemos” dijo: “¡si era este el que se presentaba! ¡Tenía que haberlo votado!” Me temo que esa, con más o menos matices, es la voluntad difusa que desde la “élite” de “Podemos” quieren “articular” en un nuevo populismo. Y a los más formados y voluntariosos les dejarán reunirse en círculos para alzar las manos hasta que se perciban como lo opuesto a la oligarquía. Pero alto, ¡no quiero ser demasiado siniestro!, ni en mil años pensaría que los que forman parte de ese colectivo “Podemos” imaginan que lo que dice el artículo de su jefe de campaña sea en serio. Supongo que creerán que sólo abusa de la terminología disponible haciéndose eco de sus tesis para darse el pegote y hacerse de valer en el duro mercadillo de los Grandes Manipuladores. Ojalá y detrás de toda esa jerga haya la buena voluntad que defienden en las tertulias y que nunca se convierta en el chiringuito de unos expertos a sueldo del Berlusconi de turno, pero desde luego que estamos como mínimo ante alguien que sacrifica los medios para no sé que fines, suficiente para desconfiar de él. «Podemos» corre el riesgo de ser la semilla de un nuevo y oportunista alguien-ismo que con astucia y constructivismo diga una cosa y todo lo contrario mientras sirve a los que lo auparon en el poder, como ha ocurrido en tantas experiencias latinoamericanas.

Si alguien de su círculo ha tenido la paciencia de leer hasta aquí, le animo a que vigile los desvaríos tecnocráticos de sus teóricos, para que si mis sospechas son ciertas los anulen y si no lo son nunca lo sean. Si hay algo más peligroso que la decadencia es el regeneracionismo. En él nacen los fascismos, ha habido uno por cada oportunidad de emancipación, por pequeña que fuera.

Y si alguien de las élites leyera esto le propongo que en las siguientes elecciones pongan una foto más grande de su líder, porque a una parte importante de su electorado potencial no le gusta usar gafas para salir el domingo.

Deja un comentario